Me llevó tanto tiempo hablarte... fue la cosa más difícil de hacer. Me acercaba a tu puerta y, en el último minuto, me volvía. Pero tú ni siquiera podías mostrarte, suspendida en tus pensamientos, incapaz de mirarme a los ojos. Te gustaba saberte pensada.
Cuantas veces deseé que sacaras una caja y encerraras tu orgullo. Lo di todo por nada: creí, esperé, confié ... o, más exactamente, soñé. El amor le empuja a uno a hacer cosas así, y aun peores.
Tú quizá diras que las cosas no fueron así, claro. La realidad se compone de diferentes capas; la cuestión es cual coges tú y cual tomo yo.
Pero se acabó, se nos acabó el tiempo. He dejado de soñarte. Y ni siquiera puedo decir que al menos hicimos el viaje, que compartimos un tramo del camino. Porque las cosas que se piensan son como los caminos por donde se pasa: si no has estado, no has estado.
Todo en lo que creo, todo lo que he conocido se desvanece lentamente ante mis ojos. Me fui en busca de respuestas, y estoy cayendo... muero a los ojos de mis amigos. Me agarro como un idiota a la poesía de las posibilidades, y caigo una y otra vez derrotado por la tiranía de las probabilidades. Hasta el tamaño de mis sueños resulta insignificante.
No hay alivio en la amargura... debería dejarla morir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario