lunes, 3 de diciembre de 2012

Cuando apenas llevaba unos meses en Almería, me atracaron. Ahora lo recuerdo casi con cariño, en tanto en cuanto me enseñó sobre la condición humana.

Por aquel entonces solía salir por las tardes a dar una vuelta sólo. Aún no había hecho amigos y mi único plan consistía en pasar el tiempo mirando libros que no podía comprar en las librerías Cajal y Picasso. Las dependientas ya me conocían y me sonreían sin molestarse en preguntarme.

Todo sucedió muy deprisa, aunque aquel momento me pareciese eterno. Alguien me echó el brazo por encima del hombro. En principio pensé que sería algún compañero del instituto o algún otro conocido; pero en cuanto hice el amago de girarme para saludar, recibí la primera amenaza, acompañada de un apretón alrededor del cuello. "Sigue andando, no me mires. Como me mires te rajo". Paramos cerca de un árbol, ya en el Paseo, donde me obligó a darle todo lo que llevara: ni cincuenta pesetas en mi por entonces maltrecha cartera. Cuando se convenció de que no llevaba más, me ordenó ir paseo arriba sin volver la vista atrás, "o te reviento".

Lo que más me sorprendió fue que la escena se desarrolló en pleno Paseo de Almería, a la luz del día, y no en un callejón en la oscuridad de la noche. Como he mencionado, junto a un árbol, haciendo esquina con Navarro Rodrigo. Y nadie se acercó a ayudar a aquel pobre muchacho pueblerino que era entonces.

Ni que decir tiene que tardé en volver a salir a la calle sólo. Quién lo diría...

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