Una vez leí un relato en un libro
de texto del colegio. Era un libro de lengua, creo recordar. En él había un
texto al final de cada tema. Me gustaba leer esos textos, aunque no lo mandase
el profesor. Siempre leía todo lo que podía nada más comprar los libros del cole;
antes incluso de ir al cole. Cuando comprábamos los libros estaba deseando
llegar a casa y pasar la tarde leyéndolos. Los devoraba. Pasar las hojas, el
olor a nuevo,… Como casi todo lo que caía en mis manos.
Bueno, a lo que iba. El texto en
cuestión narraba las reflexiones de un barrendero. En resumen, venía a decir lo
siguiente. El barrendero, cada mañana, al comenzar su trabajo, se encontraba al
principio de una calle. Y tenía dos maneras de enfrentarse a ella: mirar al
final de la calle y pensar lo mucho que le quedaba por terminar; o bien, mirar
al primer árbol, y luego al siguiente,…. Es decir, dividir la tarea en pequeñas
partes, para no agobiarse. Y esta opción era la que escogía nuestro
protagonista.
Este texto me enseñó algo (como
casi todo en la vida), si bien no fui consciente hasta más tarde. Y desde
entonces, cada vez que me encuentro en una situación, o con una tarea que
parece interminable, adopto la filosofía del barrendero.
Como aquel día de reyes, frío y
lluvioso, podando parras empapado hasta los huesos. Cuando creía que ya no
podía más, que aquello no acabaría nunca, recordé al barrendero y pensé:
“cuando todo esto acabe (porque acabará, como todo en la vida), lo recordaré
como una anécdota del pasado, calentito en casa; algo muy lejano en el tiempo.
“ Entonces me tranquilicé y miré al siguiente árbol.
Juraría que eso es de "Momo", de Michael Ende.
ResponderEliminarPuede ser; he leído tanto... Pero este relato lo leí en un libro de texto del cole; de esto estoy seguro.
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